viernes, 8 de febrero de 2019

Identidades de Puntas de Manga: Miguel Hernández


Por Eduardo Briganti

Bienvenidos a una nueva entrega de Identidades de Puntas de Manga, que hoy nos convoca con otro personaje que tiene mucho para contarnos, ya que ha vivido muchísimas experiencias en nuestra zona y fuera de ella. Nos referimos a Miguel Hernández.

Incursionó en el deporte inicialmente en el fútbol, pero luego la vida lo llevó al box, allí donde miden fuerzas dos individuos en un cuadrilátero.


¿Cómo estás Miguel?

Muy bien, a la espera de ver lo que podamos declarar para que salga este evento que se avecina.

Vamos a hablar de tus inicios, cuando te iniciciás futbolísticamente en una de las instituciones emblemáticas de nuestra zona, el Club El Roble de Baby Fútbol.
¿Qué recuerdos tenés de esa época?

Era un pibe, tendría unos doce años cuando me inicio en el baby fútbol. Siempre andábamos en la cancha y nos integrábamos con los más grandes. Fuimos adquiriendo la práctica del fútbol. Yo en realidad soñaba con triunfar en algún deporte. El fútbol fue lo primero, pero después tuvimos que mirar las cosas de diferente manera, y se dio casualmente ir al Palacio Peñarol a ver unas peleas y me pareció que era muy fácil todo aquello y bueno, iniciamos los pasos en el box en el año setenta y algo.
En el fútbol fueron de los doce a los dieciseis, tal vez más porque estuve en el Centro Atlético Fénix. Cuando me desengañé de lo que era el fútbol dije no, me voy a dedicar a un deporte que dependa solo de mí.

Vos te criaste en nuestro barrio…

Sí, yo cuando vine para acá tenía siete años. Estaba la familia de Mendiondo, que era el dueño de todo este barrio. Después él empezó a fraccionar y a vender, se fue poblando. Conocimos a Perico, que era un bohemio, muy buena persona. Él crió a toda esa generación, nos enseñó lo que era el fútbol. Y acá había un buen equipo que era El Roble, eso fue en el setenta y algo. Dicho sea de paso yo cumplí los quince años viajando hacia Porto Alegre, ¡por tren!

Una odisea realmente…

Ya lo creo que sí. Allá jugamos tres partidos, en los cuales nos enfrentamos a la realidad, porque salir del campito a jugar con cuadros como el Internacional de Porto Alegre, el Gremio... ¡había una gran diferencia! Esos chiquilines ya eran profesionales. Pero a mí me dejó mucha experiencia, porque yo en realidad tomo las cosas muy seriamente, pienso que hay que hacer las cosas pero hay que tener una meta. Primero fue el fútbol, pero vinieron muchos desengaños, porque recién se iniciaba el tema de los representantes, pero cuando venía el asunto de los billetes no aparecía nadie.
Y bueno, al iniciarme en el asunto del boxeo también tuve otra carrera que necesitaba mucha atención, mucha dedicación, pero como había que llegar a algo, dije "bueno, vamos a ver si lo logramos".

Voy a retrotraerme nuevamente a lo que era el fútbol de nuestro barrio, ese Roble que es una institución que quedó marcada a fuego en muchísimas generaciones. ¿Cómo era? ¿cómo se instituía el cuadro? ¿dónde estaba su cancha?

El Roble estaba como quien dice en el centro de este barrio, y la cancha se componía en una plaza en la cual ahora está la Escuela 230. Había un roble gigantesco, y la camiseta que era azul con vivos verdes y el cuello verde, contenía en su bolsillo el roble marcado en su corazón. El nombre se lo puso Perico. Él formó varias generaciones. Nos daba consejos, hacíamos comidas, éramos una familia.
Y a medida que se fue desarrollando el barrio fueron quedando apellidos de personas, y hoy quedan sus descendientes, otros han partido, se han mudado, y hoy en día no conozco mucha gente, porque esto no es un barrio, es un paraje importante.
Antes se nombraba lo que era Estación Manga, e Instrucciones, y El Roble no figuraba para nadie, siempre fuimos algo medio marginado (risas). Pero bueno, teníamos una institución que identificaba a la zona, que tenía su camiseta, su cancha.
(El Roble) Era muy importante, porque nucleaba a los chicos del centro de este barrio. Se fueron haciendo otros cuadros, estaba el Reconquista acá en la Calle Fénix, el Nelson, de Instrucciones y Belloni.

Aprovechamos a hablar de Perico. ¿Quién era Perico en la institución de acá del barrio?

Era un ejemplo, un padre de todos. Nos enseñaba a ser buenas personas, ser buenos colaboradores con nuestros semejantes. Hablaba él y era como si hablara el presidente de la República.

¿Podés acordarte de otros nombres, de compañeros que tuviste y que formaron parte del cuadro y de diversas actividades que hubieron acá?

Estaba Raúl Barrera, José Pedro Segovia, alias "El Perro", Elbio Pedroza, un componente de una familia de diecinueve hijos.

Podría armar su propio cuadro...

Ya lo creo que sí (risas). Había otro pibe que le decían "El Batela", muy buen dominio de pelota tenía. Y en el cuadro éramos todos muchachos que nos revolvíamos y dominábamos lindo el balón.

Contame alguna anécdota de algún partido que te acuerdes. ¿Eran partidos bravos, no?

Habían partidos difíciles. Había un negrito, Raúl Barrera, ese muchacho era una luz. Verlo a él causaba admiración. Me acuerdo de que lo vinieron a buscar hasta de Paraguay. Se lo querían llevar a él y a la familia, pero como le gustaba mucho el vino no se fue. Y su mamá, cuando se armaba una piñata, venía con su escobita y repartía sus garrotazos. Un día la dejaron a la señora sentada en el barro...

¿Me dijiste que llegaste a jugar en Fénix?

Vinieron a ver a la muchachada de acá abajo, los llevaron a probar a varios y entre ellos quedó mi hermano, José Hernández. Entonces un día me invita para que lo vaya a ver. Allá marchamos a verlo a Capurro. Cuando iban a salir a la cancha les faltaba un cinco, y yo jugaba de cinco. Me dice "vení para acá", le digo "pero mirá que yo no traje nada, te vine a ver nada más". Me contesta que no importa. Me dieron todo el equipo y entramos a practicar. Después de eso me llevan a la sede a firmar. Y así debuté en el Centro Atlético Fénix, que me dio muchas satisfacciones. Económicamente no me sirvió, en la parte de la vida sí. Y sufrís en silencio muchas cosas, muchas amarguras, promesas que no se cumplen. Pero eso es parte de la vida.

Vamos a continuar preguntándote por la otra etapa de tu vida, que te lleva a un cuadrilátero, que te lleva a incursionar en otro deporte, que te sacó del país incluso, y por ahí te hizo más popular y conocido. ¿Qué recuerdos tenés del box? ¿cómo fueron esos principios?

Es como todo, tuvo sus pequeños tropiezos, sus aprendizajes. Hubo un parate en el cual tuve que tomar la decisión de parar un poco el entrenamiento porque estaba haciendo guantes con un gran boxeador que había acá en el barrio. Pero él era del barrio Palermo, y estaba en el club Defensor. Yo me inicié con deficiencia física, soy sietemesino, pesaba cuarenta y siete kilos, y este moreno (que era muy técnico) tenía un brazo que tenía un metro y algo. Yo no llegaba nunca al cuerpo de él. Entonces aburrido de recibir golpes, le digo al director técnico Amadeo Bartinoto, "mire, no me ponga más con este negro porque me va a volver loco. Yo le voy a avisar cuando esté pronto para hacer guantes con él". Bueno, en Antares estaba el chalet del Dr. Landeira, era todo un monte hasta la vía. Crucé una rama e hice una barra fija. Y ahí empecé a hacer gimnasia. Cuando veía una bolsa veía la cara de ese moreno y desahogaba (...) Pasaron meses y cuando creí estar en forma, fuimos al ring. Y me llevaba algún que otro cachetazo, pero también le daba. Y afortunadamente aprendí a pegar, a caminar. Y que me pegaran ya era muy difícil, se había dado vuelta la taba. Ya el boxeador era yo porque tenía el gran corazón, el ímpetu, la furia, el orgullo, iba para adelante como los dioses. Y él llegó a sentirlo en carne propia y le pidió al director técnico que no me pusiera más con él porque lo estaba matando.

¿Eso en qué club estamos hablando?

En el Club Instrucciones, otro gran decano. La cancha estaba donde está la fábrica Sika, y la sede en Osvaldo Rodríguez y Belloni. Ahí se había puesto la academia de box.


 


Y ahí surgen algunos boxeadores con pretensión de pelear a nivel federado?

Sí, a hacerse conocer por dicho deporte. Aquello fue como una estampida, porque había que inscribir al Club Instrucciones como academia de box, y había que presentar boxeadores pero no teníamos. Y me preguntan si me animaba a entrar en la categoría novicio. Y digo, "¡sí, como no!". Y en la primer pelea me fue bastante bien, gané por knock out, o knock out técnico.

¿Dónde peleaste la primera vez?

En el Palacio Peñarol.

Ya entraste por la puerta grande.

Sí, con la edad que teníamos ya hacíamos festivales, exhibiciones, íbamos a muchos lugares, y nos fue despertando mucho conocimiento. Tenía la desventaja de que era muy chico para el peso, era peso mediano. Pesaba 78 y tenía que dejar tres kilos en la balanza. Tenía que hacer un sacrificio muy grande. Pero las satisfacciones que me daba el poder lograr lo que yo quería, hacía que me llevara bastante bien con doña balanza.
Debutamos ahí, y fui Campeón Nacional, dos o tres veces, y después ya pasé a veteranos cuando hubo que pelear con más seriedad. Salió una oportunidad de ir a un campeonato rioplatense en Argentina. Después tuve un campeonato en Brasil, con triunfos y con derrotas también, porque dolorosamente tenemos que decir que a veces cuando salimos de nuestro pequeño país para ganar en otros lugares, sea en el fútbol, sea en el box, hay que hacer un esfuerzo sobrehumano.

Yo tengo un recorte de diario que dice así: “Pero fue linda la final, por fallo contra un uruguayo llovieron botellas en el box”. Tuviste que ver en eso…

Ya lo creo que sí. Derramé muchas lágrimas. Porque cuando estamos afuera de nuestra tierra somos defensores de La Celeste. Llevaba la bandera celeste y era alguien en Uruguay, era campeón en Uruguay y había que defender a todo dar. Fue un combate precioso, porque iba bien preparado, bien mentalizado. El muchacho era un trabajador de las minas de cobre, medía cerca de 1.90, ancho de espalda. Salimos en el primer round y dije, a este tengo que matarlo. Comenzó y pegué como nunca había pegado en mi vida, con furia. Pero no lo pude tirar, aunque se llevó un surtido de la masita. Habíamos tres delegaciones en la misma concentración, los uruguayos, los argentinos y los chilenos. Luego de que se terminó la pelea sentí que se me había caído un árbol arriba. Porque si bien había ganado, le levantaron la mano a él. Y al terminar la pelea el público me sube en andas y me lleva hasta el camarín. La pelea se había interrumpido por razón de treinta minutos, porque llovían monedas y botellas en el ring, por la protesta de que me habían robado esa pelea.

Y el público era chileno…

Y el público era de Chile sí… Es una cosa que me llena de orgullo. Hay un recorte del diario chileno, que me lo enviaron, que dice a las claras lo que fue. Y esa fue una de las peleas más recordadas.


¿Qué siguió después de eso?

Siguieron las peleas. Ya éramos un pequeño personaje dentro de la rama del box. Tuve ofertas para pasar al profesionalismo, pero me parecía que era muy temprano. Vino Dogomar Martínez dos veces hasta mi casa, y dije que no, que estaba muy tierno todavía para eso. Es la satisfacción más grande que he tenido.

¿Qué edad tenías ahí?

Tendría veinte años.

En poco tiempo tuviste una ascendencia como deportista amateur pero como un boxeador de renombre.

Sí, de importancia, porque acá en Uruguay me impuse en los campeonatos. (...) Era yo el mejor de acá y allá iba. O sea que verde y todo me enfrentaba a grandes boxeadores. En base a mi esfuerzo podía haber sido un gran boxeador, pero hay realidades que tenemos que dejar. Yo tuve que dejar el boxeo porque tuve un desprendimiento de retina.

¿Fueron momentos duros?

Pienso que son cuestiones que nos suceden en la vida y a veces tienen que suceder porque la persona tiene que educarse de alguna manera, y a veces con sacrificio propio como me sucedió a mí. (...)

Te agradezco muchísimo el habernos acompañado en este proyecto de extraer historias que muchas veces son olvidadas, son invisibles al común de la gente.

Yo estoy agradecido porque son realidades que se han desarrollado en todo este tiempo, y a veces los buenos actos que se forman en un lugar, en un barrio, son los menos recordados. Todavía esa propiedad del Club Instrucciones se mantiene, y hoy en día está ocupada por gente que no tiene absolutamente nada que ver con eso. Me sentiría muy orgulloso de poder montar allí un pequeño gimnasio como se montó para nosotros, para estas generaciones venideras.

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